sábado, 3 de diciembre de 2011

Romántico


Cuando se refieren a la Semana Santa, suelen darle numerosas definiciones y múltiples calificativos para intentar explicarla, sin embargo, después de tanto escuchar llegamos a la conclusión de que hay tantas explicaciones como personas en la ciudad. Pero cuando tocan el palo de la historia de Sevilla sobre su Fiesta Mayor, numerosos expertos de la materia, escritores, observadores inciden sobre una misma teoría: nuestra historia se refleja, como un espejo, en la Semana que muchos nos llevamos esperando todo el año. Todas las etapas aparecen durante los diferentes días, pero hay que estar atento para caer en ellas.
El año pasado visitó Sevilla una antropóloga francesa llamada Antoinette Molinié del Laboratorie d´ethnologie et de sociologie comparative de la Universidad de París, buscando esa definición más completa y que se ajuste a lo que vivimos aquí. Y se encontró con un servidor, el cual le dio la suya y no la del resto de sevillanos. Sin embargo, le gustaron unos calificativos que di a cada día de la Semana. Pienso que cada día tiene su personalidad y pueden ser resumidos en una palabra, en una frase, en un momento. En relación al Jueves Santo, lo definí como clásico ya que todas las hermandades que discurren por las rúas de la ciudad llevan impreso ese toque de clasicismo; aunque debo de decir que me equivoqué al no añadir otro calificativo más: el de romántico. ¿Por qué? Porque en hermandades como El Valle, podemos ver ese regusto por lo clásico y lo romántico. Si ustedes ven la cofradía desde la cruz de guía hasta el último músico de Tejera (que es lo que hay que hacer y no meterse por toda la cara entre la bulla), podrán ver un cuadro de García Ramos; o escuchar la ópera Margot, una composición melancólica de Turina, hecha para esta Virgen de ojos verdes; o leer una descripción elegante y sutil de Cecilia Böhl de Faber (la cual está enterrada debajo de la Iglesia de la Anunciación, en el olvidado Panteón de Sevillanos Ilustres); o recitar un poema de don Gustavo Adolfo Bécquer, entre otras cosas más que ustedes sentirán al observar detenidamente estos hermanos nazarenos de túnica morada con los altos capirotes, que recuerdan a los pináculos catedralicios o los que utilizan en el altar del septenario, y que alumbran a su paso los escaparates de Rioja, Cerrajería o Cuna. Los espejitos del paso de la Coronación reflejan este tiempo pasado, que queda en muy pocos rincones de la ciudad (uno de ellos es este), y que cofradías como ésta hacen que no se pierda. La Verónica enjuga el rostro del Dios que no quieren en ningún sitio porque parece que molesta, ya que va anunciando que a través de la entrega, del sacrificio por los demás, uno alcanza el Paraíso prometido; sin embargo, en este mundo hedonista, no interesa y es desechado por la sociedad cruel. En el palio, mientras la marcha, la suya, la de Vicente Gómez Zarzuela suena, el Dolor del Jueves Santo se va paseando. Este Valle de lágrimas que va recogiendo todos esos corazones encogidos a su paso y son guardados en sus ojos verdes, reflejo de una hermosa pradera. El romanticismo crece al verla, y la cofradía llega a su éxtasis cuando las notas finales de su marcha se van apagando como el ascua de luz y belleza se aleja y nos va dejando sin corazón porque se lo lleva ella.
Fue este adjetivo lo que se me olvidó decirle a Antoinette, romántico. Como el Jueves Santo, como el sol que refulge, como todas sus cofradías, como el amor que siento hacia ese Dolor que se lleva mi corazón.

Juan Manuel Luna Cruz

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