martes, 29 de mayo de 2012

Ande yo caliente y ríase la gente

-Manolo, habla de otras cosas porque las jacarandas no te van a dar de comer.

Vale, vale…pero de que quieres que hable o mejor dicho de que quieres que me queje; porque últimamente todo el mundo se queja y hace poca reflexión y autocrítica. Todos hemos tenido algo que ver en este océano de crisis donde estamos metidos ahora y donde nos estamos hundiendo como el Titanic. 

Veamos… ¿me quejo del Gobierno y de sus políticas enfermizas de recortes? ¿Me quejo mejor de los políticos, que entre todos forman un inmenso patio de Monipodio, donde juegan a ver quién se lo monta mejor y esquiva a la Justicia, que ya está jarta que la usen como una colilla? ¿Me quejo de los poderosos, que se creen tener la verdad absoluta y manejan a sus anchas un continente entero, pero, que por decir algo, siempre llevan la misma chaqueta y el mismo pantalón? Alejo todo eso y me quedo con aquellos políticos (pocos) que luchan en la calle porque una persona más no se quede en paro, que sacrifican su tiempo, sus vacaciones, su familia para que un lugar sea un poquito más bello y que se cumplan los derechos y deberes que la democracia nos regala.

¿Me quejo de los sistemas sanitarios, educativo, judicial, entro otros? ¿Expreso mi opinión sobre todos esos burócratas que van lo justo a trabajar y en cuanto pueden se escapan a echarse un cigarrito o a tomarse el decimocuarto café? ¿Hablo de la Administración y de su excesiva cantidad de funcionarios que están metidos en edificios gigantes pero muchos de ellos inservibles? ¿Hablo de las incontables empresas públicas, prolongaciones de partidos políticos, sindicatos que no defienden nada, corredores de pacotilla que abusan de los trabajadores públicos en pleno siglo XXI, cesantes que en vez de ayudar a un nuevo Gobierno preparan desde el día siguiente el ataque dentro de 4 años? No. No quiero hablar de eso, ni quejarme tampoco. Prefiero comentar y charlar sobre ese funcionario que te atiende en una oficina, de ese profesor que se deja la piel en un aula y también la garganta, de ese médico atento con sus pacientes, de ese representante político por el que no pasan los años ni los gobiernos porque integra a la ciudadanía y no a un color ni a otro.

¿Me quejo de la enseñanza, de las huelgas, de los parones, de aquellos que intentan dinamitar lo que existe, lo que hay a nuestro alrededor? ¿Qué quieres que te diga? Prefiero pensar en lo bueno, que buscar lo malo y quejarme (como se dice en la calle: los políticos de la oposición nada más que saben quejarse). Además, hay muchos profesionales que saben denunciar o quejarse mejor que yo.

Prefiero quedarme con mis jacarandas, con Membrillo, con mis sueños, penas y glorias y para eso, nada mejor que el mismísimo Góngora te lo resuma:
“Ándeme yo caliente
y ríase la gente.

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente”[…]

martes, 15 de mayo de 2012

Han nacido de nuevo

Estaban retrasándose, me daba la sensación; sin embargo, ellas saben llegar a tiempo y cada año me demuestran que el impaciente soy yo. Se las ha visto nacer poquito a poco en el Parque, en el Prado, al lado del Parlamento, en la ribera del río…pero hoy ha sido cuando han explotado en sus árboles. Con el amanecer, aparecía en el cielo un color rosa que anunciaba la llegada del astro sol. Al lado del puente que une las dos orillas, se mezclaba este rosáceo, con un violeta que nacía en las copas de las jacarandas. Sí. Han nacido de nuevo. Han vuelto después de las lluvias de abril; y con el calor de mayo han vuelto a aparecerse a nuestros ojos, cuan multitud de pequeñas campanitas encima de nuestras cabezas movidas por la suave brisa que llega por el río grande de los árabes. Se han vuelto a presentar para no fallar a su cita con la ciudad. Ellas no entienden de crisis, de cambio climático, de políticos, de huelgas…ellas firmaron un compromiso con la tierra que les da las sales, del aire que le proporciona vida, de los pájaros que viven en ellas, de los nostálgicos que las recuerdan todo el año…y ese compromiso se cumple como rito y regla. Por eso, hay que disfrutarlas. Hay que darse un paseo para quitarnos de encima los malos pensamientos y los agobios. Hay que enamorarse de nuevo por cada primavera. Hay que levantarse cuando más te pese la vida y afrontarla mirando hacia delante y deleitándose con los momentos que se te quedan marcados. Y uno de ellos es este: la vuelta de las jacarandas. Ellas confirman la presencia del mes de mayo en la ciudad, el mes de la Virgen, de las cruces, de los patios engalanados de hermosura y al mismo tiempo de sencillez, de volver a ser niños, de juguetear con nuestros recuerdos bajo las campanitas de color violeta mecidas por la brisa del río. 

Juan Manuel Luna Cruz

sábado, 5 de mayo de 2012

Carmona, Paraíso perdido



Se abre la campiña después de subir la comarca de Los Alcores y nuestros ojos expanden la vista al infinito entre campos de cereales. La carretera, moderna y ancha, comienza en la Ciudad del Guadalquivir y llega hasta la Corte. Se van abriendo ramales que van a Mairena, El Viso o Alcalá, la de las hogazas de pan. De pronto, aparece ante nuestras retinas, sobre un montículo, la vieja Carmo de los romanos. Las esbeltas torres son atalayas desde donde se puede divisar el trigo, la cebada, y otros alimentos que todavía protege la diosa Ceres. Conforme nos vamos acercando, vamos apreciando cada vez más la belleza y los detalles de cada una de las vigías de esta urbe: la pequeña Giraldilla de San Pedro, la colosal Santa María, la sencillez de San Blas, la diferente de San Bartolomé, entre otras.
Carmona es el paraíso de Sevilla, el cielo perdido de Romero Murube, el alma escondida de Cernuda. Toda la belleza que estaba al descubierto en la capital, se escondió hace tiempo en este rincón de la vega y se muestra orgullosa a los hijos que la cuidan. Servilia descansa tranquila en la necrópolis mientras que las Mayas y las Cruces de Mayo pasean por la Plaza de San Fernando (antigua de arriba). Las callejuelas, estrechas y sinuosas, te llevan al oasis de dos naranjos y un banco, donde se alcanza el deseo del místico y la plenitud del alma. Los arcos unen casas moriscas y cristianas, que siguen teniendo su esencia llena de frescura con olor a cal y alhucema. La cera que cae de los cirios de los nazarenos en Semana Santa sigue tallando el suelo de frías piedras para que luego lleguen las lluvias de la primavera y lo pulan para llenarlo de flores y que Dios pueda pasearse en forma de pan y vino. Su Feria y su carnaval son una recreación de nuestras fiestas a principios de siglo donde no había seguratas en las puertas de las casetas y nos reíamos de nosotros mismos sin una guasa tan retorcida como la que tenemos ahora mismo.
Todo esto lo digo porque ayer fui a esta sutil ciudad que te va seduciendo poco a poco, como muchas otras, y descubrí bajo un cielo azul con nubes esponjosas, el cariño que se le tiene a María a través de las Mayas, unos sencillos altares llenos de cariño, sobre sillas de enea, sabanas blancas y limpias, flores silvestres y estampitas de la Virgen que recogen los niños y niñas de los cajones de los muebles antiguos de la abuela. Ante tanta ternura, todo arropado por la familia y unos vecinos que atesoran sus tradiciones y costumbres como oro en paño, este romántico se rindió y prometió escribir algo sobre la que dicen que es Lucero de Europa por la frase atribuida a San Fernando: "SICVT LVCIFER LVCET IN AURORA, ITA IN VANDALIA CARMONA" ("Como el lucero luce en la aurora, así en Vandalia (Andalucía) Carmona").
Sevilla debería aprender de Carmona. Y lo digo abiertamente. No tenemos cara de ciudad cosmopolita. No podemos ser Madrid o Barcelona. El carácter del sevillano callejero lo refleja: “Te dejo entrar en mi casa, pero hasta donde yo quiera” y lo muestra en las cancelas de sus casas. “En mi patio muestro lo que yo quiero mostrar”. Por eso mismo, no nos engañemos; guardemos celosamente nuestras tradiciones, no derivemos en frikismo y fiestas que no nos pegan. No nos cubramos con máscaras que nos quedan grandes. No pretendo ser radical, ni quiero eliminar lo que hay establecido; sin embargo, quiero que guardemos la distancia entre la modernidad y la tradición, como la que guarda el torero con el toro. 

Juan Manuel Luna Cruz