viernes, 30 de agosto de 2013

Anchos campos de la meseta norte

Plaza Mayor de Valladolid
La Vía de la Plata era una calzada romana que antiguamente unía el sur con el norte de España en su parte oeste. Decían que comenzaba en la antigua Híspalis (actual Sevilla) y llegaba a los puertos gallegos y asturianos del Atlántico y Cantábrico. Pasaba por ciudades como Emerita Augusta (hoy Mérida) o Salmantica (actualmente Salamanca). Esa calzada hoy se ha convertido en autovía y sigue uniendo toda la parte oeste de la península en un camino que lleva a distintos puntos de la geografía española donde nos sorprendemos al descubrir nuevos lugares y urbes realmente hermosas.

Después de atravesar el Valle del Jerte y despedirse de Extremadura, uno se adentra en los campos de Castilla, tan recitados, nombrados y cantados. Cuando se ven esos inmensos trigales, con la unión del cielo azul y el dorado campo, uno empieza a comprender la belleza sobria de estas tierras de vinos y quesos.
Edificio vallisoletano
Valladolid es la ciudad de Castilla. Es la capital. Se nota en sus edificios, su gente y su forma de ser. Las calles, aunque repletas de personas y movimiento, siempre están limpias y sin ningún desorden. Su Plaza Mayor, siempre saca buena nota cuando se le pasa revista. No existen los gritos ni el bullicio en su mercado y sus calles. La gente habla muy bajo. Casi ni se le percibe. Sus ojos reflejan la sobriedad y el respeto por el silencio. Por eso, las miradas son extrañas cuando se descubre a un forastero. Algo que deja de desear es la organización de horarios a los monumentos ya que muchos de ellos están cerrados en horas normalmente de visita. Llamativos son también sus templos, fríos, medidos, sin ningún detalle fuera de lo normal (y eso que este lugar fue el centro de una gran escuela barroca con Gregorio Fernández a la cabeza). Solamente se observa una imagen sobre un pedestal de piedra, presidiendo la nave central. Otra vez se descubre un imponente retablo barroco, de la escuela citada anteriormente y que recuerda a las obras realizadas por Montañés y su taller en Sevilla y alrededores.

Sin embargo, uno halla la respuesta de la frialdad de las iglesias en el Museo Nacional de Escultura, donde fueron a parar numerosas obras de arte tras la desamortización de Mendizábal en 1835. Auténticas joyas de Alonso Berruguete, Juan de Juni o el nombrado Fernández llenan las salas. Desde altares desmontados hasta pequeñas piezas para oratorios particulares forman parte de esta colección. Sin duda, la obra maestra es el Entierro de Cristo de Juan de Juni.

Paso del Descendimiento de Gregorio Fernández
Sorprendido se queda uno al descubrir la concepción de la Fiesta más grande de los vallisoletanos: la Semana Santa. Les resumo, más o menos, cómo funciona la cosa. En las iglesias solamente están las imágenes titulares de cada cofradía (hasta ahí se entiende). Sin embargo, hay pasos enteros, con esculturas de Cristo y la Virgen metidos en museos o en naves pertenecientes a las cofradías. A uno le impacta ver una imagen sagrada como un crucificado, colocado en su paso, pero dentro de un museo. A pesar de ello, hay que darle un punto a favor ya que poseen un espacio donde se pueden observar sus pasos procesionales y explican su Fiesta Mayor. ¿Para cuándo en Sevilla? Ahí dejo caer la pregunta.

Capilla con reliquias de santos en las paredes
El camino continúa hacia Zamora. Ciudad del Duero y hermosa urbe románica que desgraciadamente es considerada de paso para los visitantes obviando todo lo que se pierden. El carácter de sus gentes es más campechano que Valladolid. La calle principal, que va desde las afueras hasta la Catedral, concentra los lugares más importantes. Pero, para descubrir esta villa hay que perderse por sus callejuelas y descubrir sus miradores sobre el río, sus casas nobiliarias, sus arrabales o su imponente Catedral, con su cúpula de escamas gallonada, ejemplo para otros templos castellanos. La forma de ser de sus gentes también se demuestra en sus bares, donde la charla y las tapas se acercan más a nosotros que los restaurantes y pinchos vallisoletanos, que tiran más para el norte.


El camino de vuelta atravesaba de nuevo las anchas campiñas de la meseta norte, aquellas que huelen a vino, saben a queso, chacinas y lechones y recuerdan a los textos de José Zorrilla, don Antonio Machado y Miguel Delibes.

Juan Manuel Luna Cruz




Iglesia de Valladolid

Puerta de la muralla zamorana. De fondo, la cúpula catedralicia

Río Duero a su paso por Zamora

martes, 27 de agosto de 2013

Dionisos y Apolo

Los borrachos o El Triunfo de Baco, cuadro de Velázquez 


Apolo y Dafne, escultura de Bernini
Los sentimientos, a flor de piel,
El deseo, como un fuego vivo en el interior;
La realidad, como una neblina en la cabeza…
Todo se nubla al pensar con el corazón,
El revoloteo de la memoria que hace que la carne sea más carne todavía
Y el espíritu se desvanezca.
Aquí, no cabe Platón, cabe Nietzsche y su Dionisos.
Las leyes no existen, solo el impulso.
Los ángeles son para morderlos y los demonios para perderse con ellos.
El mundo es lo que considere nuestro espacio y nuestro tiempo.
Y nada más. 

Juan Manuel Luna Cruz

domingo, 18 de agosto de 2013

Crónica de una faena peluquera


-¿Tiene usted mucha gente esperando?

-Ahora mismo, hasta las 10.

-Bueno, pues le pido la vé a las 10 y media.

-De acuerdo, aquí le espero.

El sonido de la radio dando noticias inunda el local. De vez en cuando, surge algún comentario de los viejos que esperan su corte de pelo y barba por parte de su barbero, el cual ahora le suelen llamar peluquero.
Todos están sentados, esperando, menos el anfitrión. Él está de pie, con su uniforme. De blanco impoluto. Camisa, pantalones y zapatos. Las canas dibujan la edad.

El siguiente cliente se sube a la silla y el barbero le ajusta a su altura. Resuena en las cabezas de los presentes el pasodoble de El Selu de su chirigota de Los Enteraos sobre los toreros: “ya el único que corta orejas ahora es mi barbero”.

-¿Cómo lo quiere?

-Cortito, que hace caló.

Comienza la faena.

Primero, el peine ordena el pelo. Luego, llega la maquinilla para descargar la gran cantidad de volumen sobre la cabeza. Aquello va tomando forma. Esto va como los primeros capotazos para ver cómo es el toro. Ahora, el maestro coge la tijera para ver si se puede hacer algún pase. Algo deja hacer esta masa capilar.
La señal horaria de las 9 y media en la radio es como el toque de clarines.

Pasamos a la tijera, o lo que es lo mismo, a la muleta. Un natural, otro, una media, un derechazo y se coge el peine para quitar el cabello que sobra. El flequillo, con delicadeza, con sumo cuidado, mientras que el maestro peluquero tararea “La Giralda” de Emilio Cebrián.

-Bernardo, no te me emociones que al final con la tijera me dejas sin ojo.

La colocación de los pies es fundamental en el arte de cortar el pelo. Hay que saber moverse en torno a la silla. Llega el momento cumbre. La cuchilla y las patillas. La mesura es fundamental en este momento. Toda la barbería está atenta. Prepara la hoja y pasa con suavidad alrededor de la oreja y de las zonas inaccesibles para la tijera. Primero, la izquierda y luego la derecha…


Y sale triunfante. Se escapa un ole de un cliente. La faena ha sido sublime. El pelado felicita al peluquero por el buen trabajo. Dos orejas para Bernardo. Pero, sin embargo, no se las lleva él, sino su cliente.

Juan Manuel Luna Cruz