domingo, 18 de agosto de 2013

Crónica de una faena peluquera


-¿Tiene usted mucha gente esperando?

-Ahora mismo, hasta las 10.

-Bueno, pues le pido la vé a las 10 y media.

-De acuerdo, aquí le espero.

El sonido de la radio dando noticias inunda el local. De vez en cuando, surge algún comentario de los viejos que esperan su corte de pelo y barba por parte de su barbero, el cual ahora le suelen llamar peluquero.
Todos están sentados, esperando, menos el anfitrión. Él está de pie, con su uniforme. De blanco impoluto. Camisa, pantalones y zapatos. Las canas dibujan la edad.

El siguiente cliente se sube a la silla y el barbero le ajusta a su altura. Resuena en las cabezas de los presentes el pasodoble de El Selu de su chirigota de Los Enteraos sobre los toreros: “ya el único que corta orejas ahora es mi barbero”.

-¿Cómo lo quiere?

-Cortito, que hace caló.

Comienza la faena.

Primero, el peine ordena el pelo. Luego, llega la maquinilla para descargar la gran cantidad de volumen sobre la cabeza. Aquello va tomando forma. Esto va como los primeros capotazos para ver cómo es el toro. Ahora, el maestro coge la tijera para ver si se puede hacer algún pase. Algo deja hacer esta masa capilar.
La señal horaria de las 9 y media en la radio es como el toque de clarines.

Pasamos a la tijera, o lo que es lo mismo, a la muleta. Un natural, otro, una media, un derechazo y se coge el peine para quitar el cabello que sobra. El flequillo, con delicadeza, con sumo cuidado, mientras que el maestro peluquero tararea “La Giralda” de Emilio Cebrián.

-Bernardo, no te me emociones que al final con la tijera me dejas sin ojo.

La colocación de los pies es fundamental en el arte de cortar el pelo. Hay que saber moverse en torno a la silla. Llega el momento cumbre. La cuchilla y las patillas. La mesura es fundamental en este momento. Toda la barbería está atenta. Prepara la hoja y pasa con suavidad alrededor de la oreja y de las zonas inaccesibles para la tijera. Primero, la izquierda y luego la derecha…


Y sale triunfante. Se escapa un ole de un cliente. La faena ha sido sublime. El pelado felicita al peluquero por el buen trabajo. Dos orejas para Bernardo. Pero, sin embargo, no se las lleva él, sino su cliente.

Juan Manuel Luna Cruz

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