sábado, 5 de mayo de 2012

Carmona, Paraíso perdido



Se abre la campiña después de subir la comarca de Los Alcores y nuestros ojos expanden la vista al infinito entre campos de cereales. La carretera, moderna y ancha, comienza en la Ciudad del Guadalquivir y llega hasta la Corte. Se van abriendo ramales que van a Mairena, El Viso o Alcalá, la de las hogazas de pan. De pronto, aparece ante nuestras retinas, sobre un montículo, la vieja Carmo de los romanos. Las esbeltas torres son atalayas desde donde se puede divisar el trigo, la cebada, y otros alimentos que todavía protege la diosa Ceres. Conforme nos vamos acercando, vamos apreciando cada vez más la belleza y los detalles de cada una de las vigías de esta urbe: la pequeña Giraldilla de San Pedro, la colosal Santa María, la sencillez de San Blas, la diferente de San Bartolomé, entre otras.
Carmona es el paraíso de Sevilla, el cielo perdido de Romero Murube, el alma escondida de Cernuda. Toda la belleza que estaba al descubierto en la capital, se escondió hace tiempo en este rincón de la vega y se muestra orgullosa a los hijos que la cuidan. Servilia descansa tranquila en la necrópolis mientras que las Mayas y las Cruces de Mayo pasean por la Plaza de San Fernando (antigua de arriba). Las callejuelas, estrechas y sinuosas, te llevan al oasis de dos naranjos y un banco, donde se alcanza el deseo del místico y la plenitud del alma. Los arcos unen casas moriscas y cristianas, que siguen teniendo su esencia llena de frescura con olor a cal y alhucema. La cera que cae de los cirios de los nazarenos en Semana Santa sigue tallando el suelo de frías piedras para que luego lleguen las lluvias de la primavera y lo pulan para llenarlo de flores y que Dios pueda pasearse en forma de pan y vino. Su Feria y su carnaval son una recreación de nuestras fiestas a principios de siglo donde no había seguratas en las puertas de las casetas y nos reíamos de nosotros mismos sin una guasa tan retorcida como la que tenemos ahora mismo.
Todo esto lo digo porque ayer fui a esta sutil ciudad que te va seduciendo poco a poco, como muchas otras, y descubrí bajo un cielo azul con nubes esponjosas, el cariño que se le tiene a María a través de las Mayas, unos sencillos altares llenos de cariño, sobre sillas de enea, sabanas blancas y limpias, flores silvestres y estampitas de la Virgen que recogen los niños y niñas de los cajones de los muebles antiguos de la abuela. Ante tanta ternura, todo arropado por la familia y unos vecinos que atesoran sus tradiciones y costumbres como oro en paño, este romántico se rindió y prometió escribir algo sobre la que dicen que es Lucero de Europa por la frase atribuida a San Fernando: "SICVT LVCIFER LVCET IN AURORA, ITA IN VANDALIA CARMONA" ("Como el lucero luce en la aurora, así en Vandalia (Andalucía) Carmona").
Sevilla debería aprender de Carmona. Y lo digo abiertamente. No tenemos cara de ciudad cosmopolita. No podemos ser Madrid o Barcelona. El carácter del sevillano callejero lo refleja: “Te dejo entrar en mi casa, pero hasta donde yo quiera” y lo muestra en las cancelas de sus casas. “En mi patio muestro lo que yo quiero mostrar”. Por eso mismo, no nos engañemos; guardemos celosamente nuestras tradiciones, no derivemos en frikismo y fiestas que no nos pegan. No nos cubramos con máscaras que nos quedan grandes. No pretendo ser radical, ni quiero eliminar lo que hay establecido; sin embargo, quiero que guardemos la distancia entre la modernidad y la tradición, como la que guarda el torero con el toro. 

Juan Manuel Luna Cruz




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