lunes, 12 de diciembre de 2011

Miradlo


Decía Juan Pablo II a los jóvenes que no tuviésemos miedo de ver al Señor, y desde que lo dijo por primera vez en el estadio nacional de Chile en 1981, fue uno de sus principales mensajes y es ahora uno de los más repetidos por su sucesor, Benedicto XVI,  hacia este importante colectivo que tomará las riendas de este mundo en constante cambio: mirarlo a los ojos y buscar en ellos una forma de intentar arreglar los problemas que hay a nuestro alrededor. Pero este mensaje no sólo va para los jóvenes, sino para todo el mundo. Dios quiere también que lo miremos todos, hombre y mujeres, ancianos y adultos, niños y mayores. El Dios que visitamos cada viernes, o cada domingo o cualquier día de la semana, a cualquier hora, en cualquier momento o situación; con el tiempo justo para llegar a trabajar o después de venir de los mandaos y sentarse un rato en los bancos que rodean la basílica o en su camarín, o verlo por un instante en el azulejo de la plaza...Ese Dios siempre te va a buscar con la mirada porque Él tiene esa costumbre de encontrarse contigo. Si su Madre se aparece como una estrella que deslumbra, en medio del murmullo, y hace enmudecer a todos aquellos que la ven; Él va en silencio, caminando, racheando sus pies y buscando a cada uno de sus hijos e hijas en la calle o en cualquier sitio, porque para eso su nombre es Gran Poder.
 Este humilde servidor cree que Él va a entender cualquier situación en la que nos encontremos: no te va a juzgar como las personas, ni te va a reprochar, ni va actuar como un inquisidor, yo creo que Él no es así. Mientras que nosotros miramos mal a aquellas personas del mismo sexo que van por la calle de la mano, o cuchicheamos sobre aquella vecina que tiene un hijo y no se sabe de quién es, o de aquel que se gasta su salario en las tragaperras y no puede evitarlo por más que llora en la soledad de su casa; Él los comprende, los arropa y los mira a los ojos como cualquier otro hijo suyo. Esa es su verdadera grandeza. No que el escultor lo hiciese con su gran zancada, sino que esta llegue a aquellos hogares más despreciados por la sociedad. Que una estampa suya le recuerde a ese jugador que no debe jugarse su vida con una máquina, que un cuadro sea visto por aquella madre para que siga trabajando por ella y su hijo a pesar de las adversidades y su recuerdo nos haga entender a todas las personas y las respetemos sea cual sea su condición, sus gustos y sus deseos.
Cuando le miremos sin miedo a sus ojos y nos haga comprender, podremos hacer verdaderos milagros. Porque verán tenemos que diferenciar entre truco y milagro. Hay muchas cosas que obviamos de la vida cotidiana que son auténticos milagros hechos por las personas, no por Dios. A lo mejor, estamos esperando que Dios nos arregle el problema de la crisis, y nos podemos quedar sentados esperando. Pero esa mujer, de la que hablaba antes, que tiene dos trabajos, uno por la mañana y otro por la tarde, y aún le queda tiempo de estar con su hijo un rato por la noche y le lee un cuento antes de acostarse, eso es un milagro. El joven que renuncia a las drogas y su tiempo lo aprovecha estudiando y yendo a tocar en una banda de cornetas y tambores, eso es un milagro. Y perdónenme, si estoy diciendo cosas alocadas, pero debemos de pensar y tener un poco de más empatía con Aquel que nos mira a los ojos y siempre nos va a pedir algo (igual que nosotros le pedimos algo, o incluso le reñimos).
Por eso pido que le miremos y veamos que nos quiere decir. Debemos escucharle, ya que Él siempre nos escucha y nos lleva enseñando a cada uno, a cada generación un mensaje diferente para cada tiempo diferente.

Juan Manuel Luna Cruz

No hay comentarios:

Publicar un comentario