martes, 10 de diciembre de 2013

Caravaggio en San Vicente

La noche está acabando. Las cofradías del Lunes Santo ya están volviendo a sus templos. Se nota cómo la gente va huyendo de la oscuridad. Solamente las luces de los cirios, las ascuas de los palios y la luna creciente vencen a las sombras que inundan la ciudad.

Sin embargo, para el pintor es el escenario perfecto. El espacio idílico donde crear su obra de luces y sombras. Con su lápiz y su cuaderno, el artista pasea desde la puerta de la parroquia de San Vicente calle arriba a través de Cardenal Cisneros y Virgen de los Buenos Libros. Cuando solo avanza unos pasos, se encuentra a la Cruz de Guía y los dos faroles que la acompañan. Se coloca delante y realiza los primeros trazos de los ángulos por donde aparece y desaparece la luz. Él busca un punto donde nazca una luminaria y pueda desarrollar desde ahí toda la escena.


Se levanta la Cruz y la Cofradía avanza. El rúan moldea las ondas que busca el artista para luego trasladarlo a sus cuadros barrocos. La calle está tranquila hasta que llega el Señor de la Penas. El público acompaña en silencio el paso. La música de capilla, las pocas órdenes del capataz, el racheo de los costaleros o el crujido de las maderas son los únicos elementos que dan sonido al ambiente. El pintor se lamenta de no poder meterlos en su cuadro. Sin embargo, los reflejará para que el espectador sueñe con lo pintado. El artista siempre intenta buscar en una escena algún punto que introduzca a quien está viendo la pintura en ella. Aquí no hace falta. Es la cara del Señor la que nos atrae con su infinita gravedad. El Señor nos busca con su mirada para pedirnos que le ayudemos y que, al mismo tiempo, ayudemos al resto de nuestros hermanos que están pasando por esta calle de la Amargura tan larga.

Mientras que el paso está detenido, toma algunos apuntes de los colores y las formas del Señor: la corona de espinas, sus ojos que se posan en cada persona que le mira a la cara, la mano que abraza la cruz, la que se posa sobre la tierra, el pie que se escapa de su túnica…Mientras que el pintor dibuja, el paso se levanta y se marcha hacia San Vicente.

De la página web: Rafaes
El cortejo sigue avanzando y de lejos se escuchan los acordes de la banda. Poco a poco, se va adivinando el palio por los sonidos de las caídas que chocan con los varales. La Virgen de los Dolores se aparece en medio de un ascua de luz que alumbra su pena y se dirige, como su mirada, hacia el cielo. El artista ha visto su cenit, lo que él buscaba, lo que él pretendía enmarcar para la posteridad. El palio de la Virgen se mueve con mesura y medida. Aquí no bailan los pasos, aquí se mecen. En los dibujos a lápiz se recogen los movimientos sublimes de esta belleza. Cuando encara la puerta de la parroquia, del interior del templo también emana la luz que busca el pintor. Desearía él detener el tiempo para poder pintar eternamente este momento. Sin embargo, él mismo reflexiona y piensa que lo efímero es lo que vale y lo que perdura para siempre.

Cuando llega a casa, no puede descansar. Las ansias le llevan a enfrentarse con los pinceles y el lienzo y plasmar la cara del Dios caído que te busca con su mirada para ayudarlo a levantarse y la Madre que implora a los cielos por el sufrimiento de su Hijo. El artista busca la luz, busca la sombra, hace que la primera nazca de un punto para buscar a la verdadera Luz que ilumina nuestras vidas: Jesús de las Penas y su Madre de los Dolores. 

Juan Manuel Luna Cruz

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