Cerca de la casa donde vive Jano y Palas Atenea; al
lado de la antigua judería, hoy olvidada completamente y convertida en un complejo
hotelero desalojando a vecinos de toda la vida, a medio camino entre la Puerta
Carmona y la Alfalfa, foro hispalense de la piel sensible; se encuentra la
diminuta, estrecha y coqueta calle Lirio. Rúa totalmente desapercibida al
tránsito de los viandantes. En ella residió un tiempo Diego Martínez Barrios,
aquel fugaz presidente de la II República que propuso dar armas a hombres,
mujeres y niños para la guerra. Entre sus casa arregladas, ventanas que dan a
patios donde se escucha el susurro del agua, uno encuentra una pequeña barreduela
donde hay 3 garajes de coches y una casa medio caída. Ésta apenas se sostiene y
grandes tabiques de hierro oxidado aguantan lo que el tiempo y la dejadez
quieren derribar.
Lo impactante entre tanta pena, soledad y
destrucción es que hay una cascada de vida desparramándose desde la azotea de
la vivienda. Unos arbustos de jazmines nacen en el cielo y caen a lo largo de
toda la fachada. Lo pueden oler desde que comienzan a andar viniendo de la
calle Águilas y su aroma embriaga a cualquier hora y momento del día y la
noche. La semana pasada los encontré intactos a pesar de las primeras lluvias y
de los últimos coletazos del verano insoportable que hemos tenido. Sigue
habiendo vida a pesar de las adversidades.
Pero más sorprendente es lo siguiente, caminando el
otro día por la calle Virgen del Carmen Dolorosa, uno se encuentra con una
serie de naranjos, que evidentemente florecen en primavera. Mi sorpresa fue que
me encontré con azahar en pleno mes de octubre. Existen en la ciudad algunos
lugares donde hay naranjos provenientes de lugares como Argentina que no se han
adaptado al clima nuestro y siguen respetando el ciclo del otro hemisferio, por
tanto, florecen cuando allí es primavera. Les animo a buscar más ejemplos como
estos, los cuales existen. Sin duda, una imagen más para enmarcar en esta
estación gemela de la otra que la sangre nos altera.
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