“¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?” Miguel de Unamuno
Bajo tu leño, lleno de Vida y Esperanza, este que
escribe, medita. Y es que es tiempo de meditación, de pensar, de reorientar lo
que hay en este mundo; y que mejor sitio para hacer todas estas cosas que
debajo de tu Cruz y bajo tu atenta mirada. Porque Tú siempre estás atento a
nosotros y tenemos que mirarte (siempre lo digo), buscarte…Qué mejor sitio para
buscarte que entre naranjos y en medio de olor a azahar.
Hay tantas cosas que quiero contarte, hay tantas
cosas que quiero que me ayudes, tantas que quiero pedirte…que no hay espacio ni
tiempo en el universo que cabe en la mente de un hombre para resolverlas, y por
eso, te las pido a ti, Señor. Sin embargo, te hablo tanto de mí que no te
pregunto cómo estás, cómo nos ves, cómo puedes ayudarnos a buscar esos Remedios
con nombre de mujer, cómo podemos quitarte esos Clavos que sufres por nosotros
y por nuestra culpa, cómo podemos quitarnos ese Rosario de penas que clamamos
para que desaparezcan de nuestras vidas siempre mirándote a los ojos…Meditando
estoy, pensando cerca de ti, cerca de ese barco romántico donde todos queremos
subir el Miércoles por la tarde para acercarnos a ti y recoger a Tu Madre para
que Ella nos acompañe y nos consuele en medio de este caos donde vivimos.
Tus Siete Palabras son siete leyes de filosofía,
siete decretos del alma, siete normas para el corazón, siete doctrinas de
moralidad para que ayudemos a Todos los que están a nuestro alrededor. Tus
Siete Palabras son el complemento perfecto a las Bienaventuranzas de los
justos. Esos mensajes nos quitarán la máscara con la que nos mostramos a la
sociedad, nos eliminarán el espejo donde se refleja la mentira, la codicia, la
envidia, y nos dejarán puros como la poesía adolescente de Juan Ramón Jiménez:
“Vino, primero, pura…”.
Cuidar de la madre, dar de beber al sediento,
perdonar a los pecadores son los mismos Mandamientos que el Padre entregó en el
Sinaí a Moisés, los mismos Mensajes que distes en el Sermón de la Montaña, los
mismos que nos dijiste el día que te entregaste por nosotros…ahora lo dices en
la paz de tu capilla de San Vicente, en la recoleta plaza de la Loca del
Sacramento: Doña Teresa Enríquez, en la bella calle Cardenal Cisneros, en la
plenitud de tu paso, entre águilas y bambalinas de plata que cobijan a tu Madre
de la Cabeza, pero también lo susurras en los comedores, en las bolsas de
caridad, en los centros de acogida, en las calles donde el frío atrapa a las
personas en invierno, en los pasillos de un hospital, en los ojos de los
pobres…esos mismos ojos me dicen que cuando la pobreza llama a tu puerta, la
Fe, la Caridad y la Esperanza tienen que salir a recibirla.
Juan Manuel Luna Cruz
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