Este blog nació en la plenitud de esta estación que
ya se está dejando notar. Se palpa ya en el ambiente la llegada del otoño a la
ciudad. A ella le sienta muy bien este
tiempo. Para los románticos, entre los que me encuentro, es donde se le ve la
belleza pura que tiene, sin la pompa y el boato de la primavera, sin el
chirriante y pegajoso calor de verano y sin la tristeza del invierno. Los
mantos marrones de hojas secas sobre las calles, los árboles pelaos del jardín
de la infanta, el sonido cristalino del agua en las pocas fuentes que pueblan
las plazas, las gabardinas de paseo y los cafés de las tardes donde la gente
huye de las rúas despavoridas cómo si se acercara algo malo hacen que ella se
sienta sola y así, atractiva a aquellos locos que se quedan cuando no hay
nadie. Solo el mirlo sale a comer antes del albor de la mañana, o solo el galgo
va deambulando por las esquinas buscando la intimidad detrás de un portón de
una vieja casa abandonada. Todo esto es lo que nos regala la ciudad en este
otoño que llega vestido de tímido sol y disfrazado de nubes negras llenas de
lluvia.
Muchos hablan ahora de exactitud a la hora de la
llegada del otoño por la observación a través de ordenadores gigantes. Pero en
el campo, el agricultor la nota con el cambio del viento o por la nubes. En
Sevilla, el primer rayo de sol del nuevo tiempo le llega a la Amargura la tarde
del 19 de septiembre. Todos los años. No falla nunca. Y que no me vengan con
monsergas de análisis atmosféricos. La luz del verano se despide en San Juan de
la Palma junto a la Virgen que cuando sale el Domingo de Ramos nunca le da el
astro rey. Este año me acerqué a verlo y descubrí cómo hay que excavar en esta
ciudad para encontrar algo con tanta belleza. Aunque las dichosas camaritas
empiecen a estropear este juego de sombras y contraluces. Sin embargo, los allí
asistentes siguen estremeciéndose ante el milagro que ocurre desde que en 1960
se colocase en el altar mayor a la dolorosa y a Juanillo el de la Palma como lo
llamó en su obra maestra “Semana Santa. Teoría y realidad” Núñez de Herrera.
Después de esa despedida, la del estío, llegan los nubarrones tristones por el
Aljarafe, y llega la memoria del cisco y la alhucema, y se colocan los puestos
de castañas en la Encarnación o en la calle Feria. Ustedes dirán que siempre se
acaba relacionando todo aquí con la religión pero si no, pregúntenselo a los
sabios, díganle dónde pueden despedir la canícula y recibir el entretiempo, y
ellos responderán, simple y llanamente: “en la cara de la Amargura”.
Juan Manuel Luna Cruz
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