“Si Roma tenía un Senado, en Sevilla seguimos
teniendo cientos”
No me cansaré de repetirlo
jamás: “Sevilla tiene más de sandalia romana que de babucha mora”, tal y como
lo dijo el poeta. Lo podemos ver todos los días. Somos la herencia de un imperio de hace dos mil años.
Y hemos cambiado poco. Muy poco me atrevería a decir. Sus leyes nos siguen
dominando y nuestras actitudes se parecen más a las de los habitantes de la
Híspalis (a la que el río abrazaba por donde hoy pasa la calle Sierpes), que a
las de la sociedad moderna europea.
Pero hoy me gustaría jugar
con el tiempo y las metáforas, para hacer un pequeño homenaje a algo que no nos
ha abandonado durante los dos mil y pico años de civilización en esta esquinita
del valle del Guadalquivir y bajo las colinas del Aljarafe. Me refiero a los
verdaderos senados sevillanos: los bares. Ya iba anunciándolo en los últimos
artículos y no quería que se me escapase la idea. Tenía ganas de escribirles a
ellos porque me toca muy de cerca. A los lugares y a sus senadores. Han
cambiado la túnica y la toga por la camisa blanca y el pantalón negro; y los
pergaminos y las plumas por el vaso y la tapa. Pero ellos no necesitan papeles,
se lo saben de memoria todo. Desde el primer día se tienen que saber la carta,
así que cuando le cogen el truco, se guardan las afirmaciones, aclaraciones,
denuncias, peticiones…de los que llamamos parroquianos. Y es que los senados
funcionan así: se llega, se le atiende, si se puede y es un habitual se charla
un poco nada más, y se marcha. En la cabeza de estos senadores de los
mostradores (que tiene rima y tó), todavía resuena el latín de la Bética: por
ejemplo, tostá, que viene de tostada y tostar, y este último del latín tostāre,
pero nosotros
decidimos hace tiempo abreviar y así nos entendemos. O por ponerle otro está la
palabra malaje, que es exclusivamente de Andalucía, y que proviene de malajius,
que sería algún tipo con muy malas pulgas cuando por aquí andaban Julio César y
Pompeyo el Grande.
Estos
Senados se siguen montando todos los días en cualquier plaza, calle, dentro de
alguna taberna en una esquina escondida, en el mismo centro de la ciudad o en
el barrio más alejado. En estos lugares, es donde el pueblo disfruta y exalta
su libertad y sus opiniones, critica y felicita a los políticos, cuenta las
hazañas del equipo de sus amores, saluda al vecino tranquilamente, es decir,
aquí es donde está verdaderamente la soberanía de las personas. Tomen nota los
que nos gobiernan.
Y presidiendo
estos lugares sagrados de la ciudadanía y la polis, detrás de los mostradores,
los sabios senadores guardan celosamente las ideas del pueblo, mientras esperan
que estas se conviertan en realidad.
Juan
Manuel Luna Cruz
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