La cosa, la maldita cosa como la llaman muchos,
tiene muchas interpretaciones; tantas como personas en el mundo. Hoy me
gustaría exponer mi interpretación, que seguro que tiene elementos comunes y
dispares con otras formas de explicar la crisis. Supongo que todos ya casi
sufrimos al ver el telediario o escuchar los informativos por la radio, y es
que por 1 noticia buena, salen 20 malas. Además, no son informaciones del
extranjero, de guerras lejanas, ataques en las antípodas o sobre la pobreza en
la África profunda. No. Eso ha cambiado. Hoy, todo eso está llamando a nuestra
puerta. ¿Razones? ¿La globalización? ¿El derroche? ¿El vivir por encima de
nuestras posibilidades? Llámenlo como quieran. Ese no es el punto en el que me
quiero entretener. Quiero pararme en explicarle que hacíamos antes y ahora qué
hacen con nosotros, porque lo que hacen algunos es jugar. Jugar como si las
vidas de hombres y mujeres fueran fichas de un casino. Antes, las fichas éramos
nosotros y las controlábamos nosotros. Ahora las fichas no las tenemos, sino
que 10, 12, o 15 señores del mundo se han apoderado de todo y juegan a sus
anchas llegando a destrozar hogares, ciudades, fábricas o países.
Esos señores, que son los que tienen el taco o la
pasta gansa, nos manejan o nos ningunean como si fuésemos siervos en un feudo
medieval. “Hoy tengo ganas de apostar por este país porque me han dicho que
están dando caña a la gente con las reformas” o “Hoy me he levantado y creo que
voy a pasar este dinero a esta empresa, que está en este lugar, donde trabaja
más la gente que en esta otra”. Y ese es el juego. Y los políticos, que tienen
que trabajar por la mejora de la vida de las personas, se han dejado manejar
por aparecer en una fotito o por un par de maletines de euros asquerosos y
míseros que traen nada más que el odio, la envidia o la soberbia.
Como los responsables de que esto no suceda lo han
permitido, actualmente están encadenados de pies y manos; ahora están viendo en
ese casino imaginario (o real) como el dinero invertido de unos pocos en su
país, viene y va como la lluvia o el viento. No pueden trabajar sin la
preocupación, todos los días, de si van a disponer o no de capital para poder
realizar lo que ellos desean para los ciudadanos. Los años de vacas gordas
donde todos éramos ricos y ciegos se han acabado, ahora nos han quitado la
venda de los ojos y nos han pecado un buen pellizco para despertar del sueño.
Nos han mostrado lo que verdaderamente había: un mundo ficticio, en el que el
dinero verdaderamente nunca había cambiado de manos, las fichas del casino las
habíamos perdido por apostar en la casilla equivocada y los poderosos siempre
habían sido los mismos.
Juan Manuel Luna Cruz
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