Plaza Mayor de Valladolid |
La Vía de la Plata era una calzada romana que antiguamente
unía el sur con el norte de España en su parte oeste. Decían que comenzaba en
la antigua Híspalis (actual Sevilla) y llegaba a los puertos gallegos y
asturianos del Atlántico y Cantábrico. Pasaba por ciudades como Emerita Augusta
(hoy Mérida) o Salmantica (actualmente Salamanca). Esa calzada hoy se ha
convertido en autovía y sigue uniendo toda la parte oeste de la península en un
camino que lleva a distintos puntos de la geografía española donde nos
sorprendemos al descubrir nuevos lugares y urbes realmente hermosas.
Después de atravesar el Valle del Jerte y despedirse de
Extremadura, uno se adentra en los campos de Castilla, tan recitados, nombrados
y cantados. Cuando se ven esos inmensos trigales, con la unión del cielo azul y
el dorado campo, uno empieza a comprender la belleza sobria de estas tierras de
vinos y quesos.
Edificio vallisoletano |
Valladolid es la ciudad de Castilla. Es la capital. Se nota
en sus edificios, su gente y su forma de ser. Las calles, aunque repletas de
personas y movimiento, siempre están limpias y sin ningún desorden. Su Plaza
Mayor, siempre saca buena nota cuando se le pasa revista. No existen los gritos
ni el bullicio en su mercado y sus calles. La gente habla muy bajo. Casi ni se
le percibe. Sus ojos reflejan la sobriedad y el respeto por el silencio. Por
eso, las miradas son extrañas cuando se descubre a un forastero. Algo que deja
de desear es la organización de horarios a los monumentos ya que muchos de
ellos están cerrados en horas normalmente de visita. Llamativos son también sus
templos, fríos, medidos, sin ningún detalle fuera de lo normal (y eso que este
lugar fue el centro de una gran escuela barroca con Gregorio Fernández a la
cabeza). Solamente se observa una imagen sobre un pedestal de piedra,
presidiendo la nave central. Otra vez se descubre un imponente retablo barroco,
de la escuela citada anteriormente y que recuerda a las obras realizadas por
Montañés y su taller en Sevilla y alrededores.
Sin embargo, uno halla la respuesta de la frialdad de las
iglesias en el Museo Nacional de Escultura, donde fueron a parar numerosas
obras de arte tras la desamortización de Mendizábal en 1835. Auténticas joyas
de Alonso Berruguete, Juan de Juni o el nombrado Fernández llenan las salas.
Desde altares desmontados hasta pequeñas piezas para oratorios particulares
forman parte de esta colección. Sin duda, la obra maestra es el Entierro de
Cristo de Juan de Juni.
Paso del Descendimiento de Gregorio Fernández |
Sorprendido se queda uno al descubrir la concepción de la
Fiesta más grande de los vallisoletanos: la Semana Santa. Les resumo, más o
menos, cómo funciona la cosa. En las iglesias solamente están las imágenes
titulares de cada cofradía (hasta ahí se entiende). Sin embargo, hay pasos
enteros, con esculturas de Cristo y la Virgen metidos en museos o en naves
pertenecientes a las cofradías. A uno le impacta ver una imagen sagrada como un
crucificado, colocado en su paso, pero dentro de un museo. A pesar de ello, hay
que darle un punto a favor ya que poseen un espacio donde se pueden observar
sus pasos procesionales y explican su Fiesta Mayor. ¿Para cuándo en Sevilla?
Ahí dejo caer la pregunta.
Capilla con reliquias de santos en las paredes |
El camino continúa hacia Zamora. Ciudad del Duero y hermosa urbe
románica que desgraciadamente es considerada de paso para los visitantes
obviando todo lo que se pierden. El carácter de sus gentes es más campechano
que Valladolid. La calle principal, que va desde las afueras hasta la Catedral,
concentra los lugares más importantes. Pero, para descubrir esta villa hay que
perderse por sus callejuelas y descubrir sus miradores sobre el río, sus casas
nobiliarias, sus arrabales o su imponente Catedral, con su cúpula de escamas
gallonada, ejemplo para otros templos castellanos. La forma de ser de sus
gentes también se demuestra en sus bares, donde la charla y las tapas se
acercan más a nosotros que los restaurantes y pinchos vallisoletanos, que tiran
más para el norte.
El camino de vuelta atravesaba de nuevo las anchas campiñas
de la meseta norte, aquellas que huelen a vino, saben a queso, chacinas y
lechones y recuerdan a los textos de José Zorrilla, don Antonio Machado y
Miguel Delibes.
Juan Manuel Luna Cruz
Iglesia de Valladolid |
Puerta de la muralla zamorana. De fondo, la cúpula catedralicia |
Río Duero a su paso por Zamora |
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