-Tiene usted que cuidarse, José. Los últimos
análisis dicen que el colesterol lo tiene en niveles altos-dijo el doctor.
-Pero si ya estoy mayor, para que cuidarse…
-Hombre, para disfrutar con la familia, con los
hijos, con los nietos…
“¿Disfrutar? Con lo que hay ahora: el paro, la
educación, la sanidad, con todo esto mejor prefiero recibir a la canina”, pensó
para sus adentros.
Cuando José salió del centro de salud, cruzó la
calle de la antigua carretera a Camas y se dirigió a la Capilla del Patrocinio.
Era viernes 15 de febrero y su Cachorro estaba subido en el paso. Se sentó en
un banco al lado de su Cristo y comenzó a mirarlo con los ojos cansados, los
ojos de toda una vida trabajando: primero, en los tejares que abundaban por
aquella zona, porque desde la juventud
no había parado de luchar; después, se metió en una de las muchas empresas que
abrieron en los 60 y 70 donde prometían bienestar; allí también metió a sus
hijos pero ahora, con la maldita crisis, la empresa ha cerrado y todo el mundo
a la calle.
José se alegra porque sus hijos están luchando y se hacen
huelgas, encierros, protestas, la gente los arropa, se hacen boicots a los productos
de la multinacional, pero al final él cree que nada de nada. Será por la edad o
por lo que ha vivido, pero no tiene muchas ilusiones de que esto se solucione.
Mira para arriba, como su Cristo, el que acompañaba
de pequeño por una calle Castilla vacía, llena de niños, muchachos y chuchos
merodeando el paso pequeño que antes tenía el crucificado. “Antes era más
cercano”, piensa. “Ahora está muy alto, parece que lo quieren alejar de la
gente”. Lo ve, sonríe, recuerda sus años mozos correteando por Alfarería, por
Chapina, cuando esto era el final de Sevilla. Le habla a su Dios. Se acuerda
cuando se quemó la Señorita. “Casi nos quedamos sin ti”, le musita con los
labios.
Mira al altar mayor y reza a Patrocinio, pero se
queda sentado al lado del Dios de la Cava. No ha leído nunca a San Juan de la
Cruz ni a Santa Teresa de Jesús para descubrir la mística. No le hace falta.
José le habla al Cachorro y él le responde. No le hace falta las distintas vías
de la mística. La mística es el propio Cachorro. Él sabe que allí, en esa
capilla chiquitita, se encuentra su amigo, su compañero de alegrías, penas y
fatigas, el que no le va a dejar nunca, su hermano, su padre, su Dios: Cachorro.
Juan Manuel Luna Cruz