A mi querida y admirada Mercedes Font García
El mejor sonido que define a esta ciudad es el
silencio. Esta rotunda afirmación viene seguida por una pausa interminable.
¿Por qué? Se pregunta uno. Porque el silencio te deja escuchar verdaderamente
los sonidos del corazón de la urbe.
La búsqueda de este se me hace angustiosa; es
difícil localizarlo en este tiempo entre las calles. El silencio es un
caballero que pasea por las noches entre los pasajes y esquinas más recónditas,
se sienta últimamente poco en los tendidos de la Maestranza y es que se queja
de la algarabía que se monta cada 2 por 3 en la plaza, pocas veces ya lo
saludas en las plazas; ahora se ha enclaustrado, se ha escondido de los coches,
los ordenadores y los gritos de las personas. Se ha metido en las galerías de
los conventos a ver a las dulces novicias, suele leer en los jardines a horas
intempestivas, se sienta en las iglesias a observar a la gente como reza o
musita una humilde oración. Podéis encontrarlo con su capa negra, sombrero,
fundido entre las sombras de algún adarve esperando a que la calma llegue y
pueda salir a vanagloriarse de su nombre. No suele hablar mucho. Mira, curiosea
y pregunta poco. Es tímido. Con la mirada se comunica con los sabios de los
senados sevillanos. La bebida frecuente para él suele ser un vino tinto. Los
habitantes de Híspalis le enseñaron a beberlo y también a respetar la siesta
porque si despertaba a alguien, el dios Pan le molestaría durante mucho tiempo.
Sin embargo, a este silencio se le escucha poco, se entristece porque en vez de
escucharnos unos a los otros con la mirada y así entendernos, hacen falta
gritos, insultos, peleas… para llamarnos la atención. No es quiera volver atrás
este caballero vestido de negro pero si pide que escuchemos a las personas, que
son el mayor tesoro. No habrá nunca uno mejor. Y para que las podamos escuchar
primero hay que estar en silencio, no distraernos con las pantomimas de la
tecnología o de la nueva era. Escuchemos al silencio y, probablemente,
escuchemos a las mejores máquinas que se han creado jamás, las personas.
Juan Manuel Luna Cruz
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