Suena el llamador dentro del templo. Es la última chicotá del palio. Estás dentro, junto a tus hermanos nazarenos. Ha terminado la estación de penitencia. La levantá hace temblar hasta los mismos cimientos del santo lugar. Los costaleros, cansados ya, hacen los movimientos más rápidos para dejar cuanto antes el paso en su lugar definitivo.
En esos segundos, se te viene todo encima. Por tus
ojos, pasa una semana que para ti es una vida. Un reloj por el que marcas tus
años, tus primaveras. Una semana en la que echas de menos a algunos porque han
faltado a su cita o porque ya están junto a Él y Ella. Una semana donde se
viven más emociones por minuto que en ningún otro sitio y momento. El escenario
es siempre el mismo, pero no siempre es el mismo. El momento parece ser igual,
pero no es igual. De año en año, todo cambia. Y por eso, los ojos se cristalizan
en esos segundos de la última chicotá de tu palio.
Se te cae todo encima desde que recibiste la
bendición del Señor en la mañana más pura donde San Lorenzo se convierte en el
Jardín de las Delicias, donde todos volvemos a recrear el tiempo sin tiempo del
niño. Después, recuerdas el sonido de las bambalinas de aquel palio que tanto
te gustó el día de las Palmas con aquella banda vestida de chaqué. Los
nazarenos en sus filas, los globos detrás de un paso, la sonrisa de un infante
tras coger un caramelo, el frío corte que deja el Traslado al Sepulcro de Santa
Marta, el roce de un varal con los naranjos rebosantes de azahar, la vuelta a
oscuras de una hermandad, el amigo que te saluda a escondidas debajo de un
antifaz, el monaguillo corriendo, los últimos compases de una marcha, un
misterio volviendo una mañana radiante de Sábado Santo en silencio a su barrio,
la lluvia, el chaparrón con el cirio en la mano, las nubes grises, el diputado
de tramo que llama con la canastilla, la necesidad del Pueblo de ver a su Dios
en la calle, la señora mayor escuchando la radio, la visita a los templos
cuando la hermandad no ha salido…
Estos son solos unos detalles de lo que se le pasa a
uno cuando está viendo a su palio hacer la última chicotá dentro del templo.
Los sentimientos no están a flor de piel, sino fuera. Con todo esto, el capataz
ordena: “Ahí queó”. Suena el llamador. Se baja el paso. Pero uno sigue soñando
hasta el año que viene si Dios quiere.
Juan Manuel Luna Cruz
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