Lo mismo que dice el tópico que hay 3 jueves en el
año en los que reluce más el Sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la
Ascensión (que tan repetido y famoso lo convirtieron Los Morancos con Rosa de
Jericó), un servidor comenta que, sin ser otro adivino ni estar de broma, hay
en la ciudad 3 mañanas que hacen que el ciudadano que divaga por Sevilla,
llegue a su éxtasis absoluto y visualice la esencia de todos esos conglomerados
que se han ido superponiendo sobre la base de este suelo bendito. Estas 3
mañanas tocan la vena sensible del sevillano amante; llegan al fondo de ese
corazón, duro caparazón porque muchas veces aquí nos da igual cosas que nos
importan, y nos trasladan (como no me canso de decirlo) al Paraíso perdido: la
niñez. Esas 3 mañanas pueden ser equiparables a 3 días sagrados, a 3 ritos y
reglas, a 3 virtudes y defectos de esta mujer que nos vuelve a muchos locos.
Esos 3 días, la urbe amanece como siempre y como nunca, reconocible y
sorprendente ante la belleza que deslumbra. El tono del cielo es diferente para
cada uno de esos días, los momentos iguales pero no las vivencias. Estas cambian como
cambiamos todos nosotros. El sevillano reconocerá al instante esas 3 mañanas de
las que hablo: el día de la Inmaculada, el día del Corpus y el Domingo de
Ramos. Discúlpenme si no están de acuerdo o
piensan que son 3 fiestas religiosas y católicas, pero como uno escucha
en muchos bares y tabernas (verdaderos senados y congresos de los ciudadanos),
“aquí es que somos más papistas que el Papa”.
La mañana de la Inmaculada nace tranquila, sin
molestar. El Sol se levanta tímido, le cuesta desperezarse. Se suele comentar
que es que pasa mucho frío. La gente sale a las calles, elegante, adecuada,
pura (eso lo dudo), escondiendo nuestros males porque a la Virgen no se le
miente. La ciudad busca a su Madre en sus templos. Ella ha salido a recibirlos
a todos. Se llame como se llame, Ella celebra su Pura y Limpia Concepción y
aclama incluso a aquellos que quisieron dar su sangre por defender este dogma.
Los tunos le han cantado hasta altas horas de la noche casi invernal y han
terminado con una copa de anís y un papelón de calentitos de plata al lado del
Postigo. Los Seises visten azul inmaculada para bailar delante de la Cieguecita
durante la Octava.
El día del Corpus se señala con rojo. Rojo
Sacramental. El olor se dispara desde el suelo con juncia y romero. El paseo
triunfal no es solo de la Custodia, ni de San Fernando o el Niño de Montañés,
sino de las varas, chaquetas e interminables representaciones de hermandades,
que renuevan el tributo a Jesús Sacramentado (y a su antigüedad). Sin embargo
(vamos a dejarnos de la guasa quisquillosa), la procesión y su día es un
reflejo al pasado, a lo que fuimos, a lo que pudimos ser, y lo que somos ahora
por el devenir de los tiempos. En una mañana, se resume la historia de la
ciudad a través de sus santos más célebres, sus ritos ancestrales y como centro
del Todo: el Cuerpo de Dios hecho pan. Y es que en Sevilla está tanto nacido de
una espiga de trigo como del tronco de un árbol.
El Domingo de palmas y de ramos es el éxtasis de la
luz, la explosión de júbilo, de alegría. Una sinfonía recorre las calles cuando
todavía no hay pasos. Son 3 o 4 horas en las que el ciudadano divagador de José
María Izquierdo, o el cernudiano, o el lector moribundo de Joaquín Romero
Murube se prepara como el torero en el hotel ante una semana corta y eterna al
mismo tiempo. La infancia, la juventud al lado de los amigos, la edad adulta
junto a la familia, la plazuela donde salía de pequeño con la varita y el
antifaz levantado, la visión de la abuela planchando las túnicas, la primera
lágrima recorriendo la mejilla…pasan volando ante los ojos que recorren una
distancia y un tiempo de la vida. Esa mañana es clave para entender al
sevillano, para descubrir sus más íntimos sentimientos, para observar
verdaderamente cómo es y por qué es así. Y todo eso con el astro Sol en su
cenit.
Se me han quedado dos mañanas en el tintero: la
mañana del Viernes Santo y la mañana del 15 de agosto, pero están reservadas
para otra ocasión.
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